Un viejo vendía juguetes en el mercado de Bagdad. Sus compradores, sabiendo que tenía la vista muy débil, le pagaban de vez en cuando con monedas falsas.
El viejo, que se daba cuenta del truco, no decía nada.
En sus oraciones pedía a Dios que perdonase a los que lo engañaban. “Tal vez tengan poco dinero, y quieran comprar regalos a sus hijos”, se decía.
Pasó el tiempo y el hombre murió. Delante de las puertas del Paraíso, rezó una vez más: ¡Señor! dijo Soy un pecador. No soy mejor que las monedas falsas que recibí. ¡Perdóname! En este momento se abrieron las puertas y dijo una voz: ¿Perdonar qué? ¿Cómo puedo juzgar a alguien que, en toda su vida, jamás juzgó a los demás?
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